Madrid, 8 de abril.
Fui ayer a la plaza de toros, y un amigo español que me acompañaba me presentó a un joven de aspecto genial y viril que se llamaba García Lorca, y es ya famoso aquí y en América, como poeta y pintor. Me causó una bellísima impresión, incluso por su orgulloso ánimo salvaje, y concluida la corrida fuimos los tres al "Café de Pombo". Como sucede frecuentemente en este país, la conversación versó acerca de la tauromaquia, y quise saber de labios de García Lorca qué pensaba de los extranjeros dispuestos a ver en ese juego sangriento una prueba de crueldad del pueblo español, y el joven poeta me respondió:
-No todos los extranjeros son tan imbéciles, pero la mayoría de los que vienen son simultáneamente atraídos y asqueados por el espectáculo de nuestras corridas. Esto depende en gran parte de que son viajeros filisteos, y aun cuando sean personas cultas carecen de verdadero espíritu poético. Estoy escribiendo un poema sobre Ignacio Sánchez Mejías, uno de nuestros toreros más famosos, y espero hacer comprender la belleza heroica, pagana, popular y mística que hay en la lucha entre el hombre y el toro. Pero creo que nadie ha sabido explicar a los extranjeros el contenido profundo, sublime y hasta diré casi sobrehumano del sacrificio taurino.
"La corrida en sí, a pesar de sus acompañamientos acrobáticos y espectaculares, es, en realidad un misterio religioso, un rito sacro. Con sus acompañantes o acólitos, el torero es una especie de sacerdote de los tiempos precristianos, pero al que el cristianismo no puede condenar. ¿Qué es lo que reprensenta al toro en la conciencia de los hombres?: la energía primitiva y salvaje, y al mismo tiempo la ultrapotencia fecundadora. Es el bruto con toda su potencia oscura; el macho con toda su fuerza sexual.
"Pero el hombre, si quiere ser verdaderamente hombre, debe disciplinar y conducir la fuerza con la inteligencia, debe ennoblecer y sublimar el sexo con el amor. Le corresponde matar en sí mismo la animalidad primigenia, vencer el porcentaje de bruto que hay en él. Su antagonista más evidente en su voluntad de purificación, es el toro. El hombre debe matar los elementos taurinos que hay en él: la adoración de la fuerza muscular agresiva y de la fuerza erótica, igualmente agresiva.
"La corrida es la representación pública solemne de esa victoria de la virtud humana sobre el instinto bestial. El torero, con su inteligencia pronta y despierta, con la ligereza de los movimientos rápidos y elegantes de su cuerpo, supera, vence y da por tierra con la masa membruda, ciega y violenta del toro. La victoria sobre la bestia sensual y feroz es la proyección visible de una victoria interior. Por lo tanto, la corrida es el símbolo pintoresco y agonístico de la superioridad del espíritu sobre la materia, de la inteligencia sobre el instinto, del héroe sonriente sobre el monstruo espumeante o si prefiere, del sabio Ulises sobre el cruel Cíclope. Así, pues, el torero es el ministro cruento en una ceremonia de fondo espiritual, su espada no es otra que el descendiente supérstite del cuchillo sacrificial que utilizaban los antiguos sacerdotes. Y así como también el cristianismo enseña a los hombres a liberarse de las sobrevivencias bestiales que hay en nosotros, nada hay de extraño que un pueblo católico como el nuestro concurra a este juego sacro, aun cuando no comprenda con claridad la íntima significación espiritual del mismo. Se podría recordar también, que el rito inicial del antiguo culto de Mitra, aquella religión que en un cierto momento amenazó el triunfo del cristianismo, consistía en el sacrificio del toro; el taurobolio. Si los humanitarios y puritanos extranjeros, que habitualmente están dotados de inteligencia más bien estrecha, fueran capaces de profundizar el verdadero secreto de la tauromaquia, juzgarían de una manera muy diversa a nuestras corridas"
El amigo español se levantó y abrazó a García Lorca. También yo, aun cuando no diera muestras externas de entusiasmo tan expresivas, reconocí que su ingeniosa y paradójica teoría era merecedora de una atenta meditación.
NOTA. Traigo este texto, págs. 145-47, de El Libro Negro (la continuación de Gog), de Giovanni Papini, publicado en España, traducido del italiano, en 1967. Recuerdo que lo leí muy joven y me impactó mucho por su gran originalidad. Tal vez fuera por 1970 y prestado por mi amigo Isidro Juidías Barroso. Una recreación de la figura del poeta García Lorca y su apologética de la tauromaquia o el toreo. Y lo hago ante el debate que hay por esos foros y por gentes que anda entre modas mentales estupidizantes, ignaras, y gente que está con la mejor intención participando en contra y a favor. Que así se mide ahora todo. Incluso lo que no se puede medir, como es la propia muerte o la falta de inteligencias, la brutalidad y esos afanes que siempre han cundido entre los hombres. No esta necedad de hoy, esa soberbia castrante y demediada de ver todo negro o blanco.